jueves, septiembre 14, 2006

Me declaro apátrida (en el corazón).

Me declaro apátrida (en el corazón).

No hay caso. Cuando cruzo la cordillera de los Andes, o cuando he visto la tierra desde cierta altura en un avión, me esfuerzo en encontrar líneas en los cerros que dividan a los países, y no veo nada. Viajando de Santiago a Mendoza o al revés, por ejemplo, la única evidencia existente es un par de banderas y un letrero en un túnel. O sea, puros artefactos puestos por el hombre y nada que me haga entender qué naturalidad hay detrás de una frontera.

Es una expresión que se puede considerar muy simplista y lo admito. Sin embargo, para mí es obvio que a lo largo de toda la historia del hombre, lo único de fondo tras una línea fronteriza es el PODER, tras cualquiera de sus colores (político, Religioso, Económico). Desde que el hombre dejó de ser nómada y cambiaba de lugar cuando terminaba con lo que le daba el espacio que utilizaba, comenzaron las ambiciones. El dominio del prójimo por el poder, y el gran aporte a este concepto que ha dado en la historia el sentido de “propiedad”.

Todo esto ha funcionado así por tanto tiempo, que hoy prácticamente este comportamiento se asume como “natural” al ser humano, parte de su “esencia”. Quiero aclarar que no es así, o por lo menos no ha sido así en todos los pueblos. Muchos pueblos del mundo solo han considerado a la tierra y sus recursos como elementos de subsistencia que hay que preservar y respetar, sin propiedad alguna sobre ello.

Pero más problema me causa el sentimiento de “patriotismo” asociado a la nacionalidad, y la explotación de este concepto en la “emocionalidad” de los pueblos en pos del poder. Me “apena” profundamente el ver la rapidez con que los “ciudadanos” se tragan el cuento. Dispuestos a dar la vida por ese sentimiento.

Muchos de quienes así han acabado con sus vidas, nunca supieron que la guerra en que pelearon, sólo tuvo por objetivo la defensa de intereses de poder (político, religioso, económico). Y lo peor: pasan generaciones después odiándose entre pueblos hermanos por la guerra sufrida. Los que mueren como meros títeres del poder.

Y en las escuelas, por siglos se niega la verdad de los hechos, ocultos en enseñanzas de valor en la batalla, mártires y héroes de guerra, todo orientado a mantener el sentimiento patriota.

Por eso me declaro “apátrida”. Solo soy de nacionalidad “chilena”, en el estampado de algún papel que corresponda a cualquier trámite, y para mí no tiene trascendencia alguna. La misma que el número de mi pasaporte. Claro, me causa harta incomodidad el tener que asumir esos trámites para desplazarme. Espero algún día seamos lo suficientemente maduros como para eliminarlos.


José Miguel Latorre Vaillant
Septiembre 14 de 2006 en da lo mismo que parte.

domingo, septiembre 10, 2006

¿Somos una civilización en Decadencia?


¿Somos una civilización en Decadencia?

Arnold Joseph Toynbee (4 de abril de 1889 - 22 de octubre de 1975). Historiador británico, estableció una teoría cíclica sobre el desarrollo de las civilizaciones. Según él, las civilizaciones no son sino el resultado de la respuesta de un grupo humano a los desafíos que sufre, ya sean naturales o sociales. De acuerdo con esta teoría, una civilización crece y prospera cuando su respuesta a un desafío no sólo tiene éxito, sino que estimula una nueva serie de desafíos; una civilización decae como resultado de su “impotencia” para enfrentarse con los desafíos que se le presentan.


Sin duda, esa “Impotencia” para enfrentar los desafíos, debe estar configurada por un sinnúmero de factores. Sin embargo para mí los fundamentales tienen que ver con nuestro compromiso personal con la sociedad como conjunto, con el sabernos y reconocernos responsablemente como “parte de un todo”, en el que no caben, a mi entender los individualismos y personalismos que en definitiva nos lleva a no poder enfrentar desafíos como un todo, como grupo, como sociedad.

En ese sentido, creo que estamos en mal camino. Porque diariamente escucho en todo tipo de conversaciones cómo las personas se alejan de esa responsabilidad vital de grupo. La tendencia fuerte de pensar en que “otros” tienen la responsabilidad de hacer que nuestro mundo funcione. Y somos implacables en criticar la fallas de estos “responsables sociales”, pero absolutistas en rechazar alguna responsabilidad personal frente a ello desde las instancias más básicas. (El centro de alumnos, la junta vecinal, los centros de apoderados para quienes son padres, etc.). No hay que involucrarse en temas “Políticos”.

Así las cosas, cada vez mas gente centrada en la “queja”, desde sus palcos, mas que en la resolución de los problemas que nos tocan a todos. (Para eso están las autoridades).

Lo anterior, asumiendo los grupos de personas con un nivel de distinciones suficientes como para actuar de esa forma, por lo cual se le puede dar una categoría de irresponsabilidad al no asumir.
Más grave aún, me resulta la indiferencia (de la responsabilidad social de quienes tenemos las distinciones) frente a la necesidad urgente de brindar educación a toda la sociedad en su conjunto, que permita igualar y masificar distinciones y oportunidades, sin discriminación previa de capacidades, fomentar el respeto y la tolerancia a las diferencias.


Muchos podemos pensar en intereses absolutamente dirigidos para que las cosas a nivel social ocurran como creo se están dando. Sin duda. En el fondo hay mucho para conversar al respecto, y espero en el tiempo que parte de esas discusiones se puedan dar en este espacio.Pero sin duda, hay mucho que puede empezar “por casa”. Ninguna transformación será posible sin partir de nosotros mismos. En lo cotidiano, en el respeto, en la tolerancia, en la buena disposición a los demás, a partir de los pequeños actos, que se han perdido y creo necesario recuperar. Solo así podría esperarse que la moderna civilización occidental pudiera escapar a la norma general de decadencia de las civilizaciones