No hay caso. Cuando cruzo la cordillera de los Andes, o cuando he visto la tierra desde cierta altura en un avión, me esfuerzo en encontrar líneas en los cerros que dividan a los países, y no veo nada. Viajando de Santiago a Mendoza o al revés, por ejemplo, la única evidencia existente es un par de banderas y un letrero en un túnel. O sea, puros artefactos puestos por el hombre y nada que me haga entender qué naturalidad hay detrás de una frontera.
Es una expresión que se puede considerar muy simplista y lo admito. Sin embargo, para mí es obvio que a lo largo de toda la historia del hombre, lo único de fondo tras una línea fronteriza es el PODER, tras cualquiera de sus colores (político, Religioso, Económico). Desde que el hombre dejó de ser nómada y cambiaba de lugar cuando terminaba con lo que le daba el espacio que utilizaba, comenzaron las ambiciones. El dominio del prójimo por el poder, y el gran aporte a este concepto que ha dado en la historia el sentido de “propiedad”.
Todo esto ha funcionado así por tanto tiempo, que hoy prácticamente este comportamiento se asume como “natural” al ser humano, parte de su “esencia”. Quiero aclarar que no es así, o por lo menos no ha sido así en todos los pueblos. Muchos pueblos del mundo solo han considerado a la tierra y sus recursos como elementos de subsistencia que hay que preservar y respetar, sin propiedad alguna sobre ello.
Pero más problema me causa el sentimiento de “patriotismo” asociado a la nacionalidad, y la explotación de este concepto en la “emocionalidad” de los pueblos en pos del poder. Me “apena” profundamente el ver la rapidez con que los “ciudadanos” se tragan el cuento. Dispuestos a dar la vida por ese sentimiento.
Muchos de quienes así han acabado con sus vidas, nunca supieron que la guerra en que pelearon, sólo tuvo por objetivo la defensa de intereses de poder (político, religioso, económico). Y lo peor: pasan generaciones después odiándose entre pueblos hermanos por la guerra sufrida. Los que mueren como meros títeres del poder.
Y en las escuelas, por siglos se niega la verdad de los hechos, ocultos en enseñanzas de valor en la batalla, mártires y héroes de guerra, todo orientado a mantener el sentimiento patriota.
Por eso me declaro “apátrida”. Solo soy de nacionalidad “chilena”, en el estampado de algún papel que corresponda a cualquier trámite, y para mí no tiene trascendencia alguna. La misma que el número de mi pasaporte. Claro, me causa harta incomodidad el tener que asumir esos trámites para desplazarme. Espero algún día seamos lo suficientemente maduros como para eliminarlos.
José Miguel Latorre Vaillant
Septiembre 14 de 2006 en da lo mismo que parte.